Primer Diálogo 200–203

Resumen del Primer Diálogo 200–203 de Tres diálogos entre Hilas y Filonús

Después de haber desviado las objeciones de Hylas por el momento, Filonous ahora presenta su argumento favorito de todos, uno que él dice que está dispuesto a descansar todo en. El argumento pretende demostrar que la idea misma de que un objeto físico exista fuera de la mente es inconcebible. La intuición que subyace a su afirmación es la siguiente: no se puede concebir un objeto no concebido, porque para concebir el objeto hay que concebirlo, por supuesto; en cuanto se tiene el objeto en la cabeza se ha concebido. Dicho en términos más claros: no se puede tener un objeto en la mente, sin tenerlo en la mente. Por lo tanto, no se puede ni siquiera tratar de afrontar el reto sin fracasar inmediatamente.

Es más fácil entender este argumento si se compara, como hace Filón, con el caso de la vista. ¿Es posible ver un objeto invisible? Por supuesto que no, porque en el momento en que se ve, se ha visto. Lo mismo ocurre con la concepción de un objeto no concebido. Por lo tanto, ni siquiera podemos formarnos la idea de un objeto que exista fuera de todas las mentes; es una noción incoherente y autocontradictoria.

En su forma completa, el argumento es el siguiente:(1) Podemos concebir que un árbol existe independientemente y fuera de todas las mentes, sólo si podemos concebir que el árbol existe sin ser concebido.(2) Pero es una contradicción hablar de concebir un objeto no concebido.(3) Por lo tanto, no podemos concebir que un árbol (o cualquier otra cosa) exista independientemente y fuera de todas las mentes.

A Hylas le impresiona este argumento, pero sigue sin poder quitarse de encima la sensación de que hay objetos independientes de la mente, y se niega a abandonar la buena batalla. ¿Qué pasa con la distancia?, pregunta. Vemos la luna y las estrellas como lejanas, así que ¿cómo pueden estar en nuestra mente? Filón, en respuesta, señala que también percibimos la distancia en nuestros sueños. La apariencia de la distancia no indica, por tanto, que el objeto «lejano» esté fuera de nuestra mente. Pero, pregunta Hylas, ¿no son nuestros sentidos algo engañosos si sugieren «exterioridad» o «distancia» cuando en realidad no existe tal cosa? Filóneo explica que los sentidos no hacen más que indicarnos la sucesión de ideas que encontraremos, y es sólo nuestra propia incomprensión de estas señales la que nos ha hecho creer que existe tal cosa como la distancia exterior. Un ciego que viera el mundo por primera vez, afirma, no tomaría estas señales como indicación de distancia.

Análisis
El argumento de la «cosa no concebida» que Berkeley presenta en esta sección se conoce a menudo como el «argumento maestro»; hoy en día se reconoce casi universalmente que no es fiable. Algunos comentaristas, como el filósofo australiano David Stove, llegan a decir que es demasiado generoso incluso analizar esta línea de pensamiento como si fuera un argumento real. Según Stove, no es un argumento en absoluto: es sólo una premisa tautológicamente verdadera (es decir, que no podemos tener un objeto en la mente sin tenerlo en la mente) que no implica en modo alguno la propia conclusión sustantiva (es decir, que es imposible concebir un objeto que no esté en la mente). Puede que Stove tenga razón al afirmar que cualquier análisis real del argumento es demasiado caritativo, pero el propio Stove también subraya lo influyente que ha sido este argumento en la historia de la filosofía. En su libro El culto a Platón señala que la mayoría de los idealistas posteriores, como Kant, Hegel, Schelling y los idealistas británicos, utilizan versiones del Argumento Maestro para reforzar sus afirmaciones inmaterialistas. Dada la influencia del argumento, parece que merece la pena prestar algo de atención al Argumento Maestro y tratar de analizar exactamente en qué se equivocó Berkeley en su razonamiento.

El diagnóstico más popular es que Berkeley no distinguió el acto perceptivo del contenido perceptivo. Cuando concibo una idea, ése es mi acto perceptivo. Sin embargo, puedo aislar de ese acto el contenido de la idea que estoy percibiendo. El contenido de mi idea puede seguir siendo: árbol no concebido. El hecho de que ahora esté concibiendo esa idea no tiene ningún efecto sobre el contenido en sí. El contenido de mi idea sigue siendo (árbol no concebido). Berkeley está tratando de decir que hay una contradicción inherente al decir que existe algún X que es a la vez no concebido y concebido por mí, y tiene razón al decir esto. Sin embargo, está pasando por alto el hecho de que lo que realmente está ocurriendo cuando concibo un árbol no concebido es esto: Estoy concibiendo que (existe algún X que no es concebido), con el acto de concepción fuera de la proposición, o contenido de la percepción.

El filósofo J. L. Mackie tiene un diagnóstico algo diferente, que parece que podría ser igualmente cierto. Piensa que el error de Berkeley está en hablar de intentar concebir un árbol particular que se supone no concebido. Evidentemente no podemos hacerlo, pero lo que sí podemos hacer fácilmente es suponer que existe un árbol en algún lugar que no es concebido. En otras palabras, podemos decir: existe un árbol tal que es inconcebido (es decir, existe algún X tal que es un árbol y no es concebido); pero no podemos decir: existe algún X tal que yo concibo X y X es inconcebido. Berkeley confunde estas dos formulaciones, y afirma que no podemos formar la primera, cuando, en realidad, es sólo la segunda la que no podemos formar.

Ambas lecturas, como mínimo, nos muestran cómo podemos evitar aceptar la conclusión de Berkeley. También hay otra manera, un poco más caritativa, de entender lo que Berkeley estaba pensando aquí, y aunque no ayuda a que su argumento sea sólido, lo hace parecer un poco menos confuso. En esta lectura (propuesta, por ejemplo, por Kenneth Winkler), el Argumento Maestro depende crucialmente de lo que ha venido antes (aunque Berkeley afirma que este argumento puede sostenerse completamente por sí mismo). Lo que Berkeley está diciendo, según esta lectura, es que no podemos representarnos una idea como independiente de la mente. Sólo podemos representarnos una idea recurriendo a sus cualidades sensibles, y nuestro único asidero en éstas es cómo aparecen a los percibidores. Por tanto, sólo podemos conjurar la idea de un árbol tal y como lo verían quienes lo perciben. Esta es la única manera de completar el contenido de nuestra idea. Esta lectura cambia significativamente el tenor del argumento: en lugar de concluir que no podemos concebir un objeto no concebido, Berkeley sólo estaría afirmando que no podemos concebir un objeto como no concebido. Además, aceptar este argumento nos exigiría ahora aceptar su afirmación anterior de que todas las cualidades dependen de la mente. Si no aceptamos esa afirmación (que, presumiblemente, la mayoría de nosotros no aceptamos) entonces no tenemos ninguna base para aceptar esta afirmación.

Sin embargo, esta lectura del argumento pone a Berkeley bajo una mejor luz. Por un lado, las premisas, si son verdaderas, implicarían realmente la conclusión: si fuera realmente cierto que la única manera de llenar el contenido de una idea es con cualidades sensibles, y, además, que las cualidades sensibles son todas dependientes de la mente, entonces se seguiría que no podemos formar una idea de un objeto, excepto formando una idea de cómo se ve a los percibidores. Además, aunque la conclusión más débil no es lo que Berkeley afirma que quiere, es en realidad una conclusión mucho más preferible que la más fuerte. Si Berkeley hubiera demostrado realmente que no podemos concebir objetos no concebidos, habría demostrado incluso más de lo que quería demostrar. Nótese que nada en el argumento limita la conclusión a los objetos materiales. Podríamos decir igualmente que es imposible concebir a Dios o a otras mentes no concebidas. En otras palabras, el argumento en su forma más fuerte prueba (o, más bien, intenta probar) que no hay absolutamente nada fuera de nuestras propias mentes -ni Dios, ni otras personas, nada. En lugar de argumentar hacia el idealismo, entonces, argumenta hacia el solipsismo (es decir, la creencia de que yo mismo soy la única cosa existente en el mundo). Tampoco hay nada en la versión más débil del argumento que lo limite a los objetos materiales, pero en este caso la conclusión no causa ningún problema cuando se aplica a cosas distintas de los objetos materiales. Berkeley estaría de acuerdo en que no podemos formarnos una idea de Dios o de otras mentes si no es conjurando cualidades sensibles; por eso nos dice después que no podemos, de hecho, formarnos una idea positiva de ninguno de ellos.

 

Escrito por: Gonzalo Jiménez

Licenciado en Filosofía en la Universidad de Granada (UGR), con Máster en Filosofía Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Desde 2015, se ha desempeñado como docente universitario y como colaborador en diversas publicaciones Académicas, con artículos y ensayos. Es aficionado a la lectura de textos antiguos y le gustan las películas y los gatos.

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