Mito de la caverna de Platón

Hoy hablamos del texto más famoso de la filosofía: la Alegoría de la Caverna de Platón, situada en el libro 7 de la República.

El contexto de la República de Platón

La obra versa sobre la noción de justicia, tanto desde el punto de vista del individuo como desde el colectivo y social. Platón y Sócrates tratan de averiguar cómo una sociedad y un individuo pueden ser justos y para ello intentan trazar la Idea de Justicia, utilizando el método dialéctico (método de elevación del alma)

La alegoría de la Caverna presenta la teoría de las Ideas de Platón, que constituye tanto su metafísica (= su teoría del conocimiento) como su ontología (= su teoría del ser y la realidad). La República es también un diálogo político, ya que Platón expone su teoría de la organización ideal de la Ciudad y su teoría del poder (filósofo-rey)

Este texto es, pues, muy representativo de la filosofía platónica.

Breve resumen del Libro 7: Los hombres viven en la ilusión. Sólo la filosofía, liberada de la opinión y la verosimilitud, puede acceder y contemplar las Ideas inteligibles. El mundo se divide así en dos: las cosas sensibles, que son falsas, y sus ideas, que son verdaderas. Como la verdad es preferible a la ilusión, el conocimiento debe guiar al hombre y a la ciudad. Por lo tanto, le corresponde al filósofo, el único que sabe lo que es verdad, gobernar.

Veamos ahora el texto en detalle.

La caverna como fundamento ontológico en Platón

Lo real no es homogéneo según Platón. Se divide en dos partes: por un lado, el mundo sensible accesible a los sentidos, la realidad inmediata, fuente de error e ilusión; por otro, el mundo inteligible accesible sólo a la razón, lugar de las Ideas y de la verdad. Al asociar realidad y verdad, Platón condena el mundo sensible. El caballo no es la verdad, sólo la idea de un caballo es verdadera.

Así, la Cueva designa el mundo sensible, del que el sabio filósofo debe apartarse en favor del mundo de las Ideas. El acceso a la Verdad es a través de la contemplación, el ejercicio del uso de la razón.

La ontología platónica es, pues, dualista debido a esta dicotomía entre lo sensible y lo inteligible.

Opinión y conocimiento: La caverna como teoría epistemológica

La Caverna también revela la teoría del conocimiento de Platón. La Cueva se refiere al mundo de la opinión, mientras que el exterior se refiere al mundo del conocimiento. Platón afirma que el lugar natural de los hombres es la ignorancia. Adormecidos por los sentidos y los prejuicios, la mayoría de los hombres viven bajo el yugo de la «doxa» (opinión). Por tanto, es necesario trabajar sobre uno mismo, llevar a cabo una revolución en la forma de ver el mundo, convertir la mirada para liberarse de la doxa.

Por supuesto, el filósofo experimenta la soledad y la incomprensión de la multitud, pero su papel sigue siendo iluminar a la multitud gracias a la mayéutica (entrega de almas).

El idealismo de Platón en la Alegoría de la Caverna

Platón es un idealista en el sentido de que postula la primacía de las ideas sobre la materia. El mundo de las Ideas, eterno e inmóvil, prevalece sobre el mundo sensible, un mundo temporal de ilusión. La realidad inteligible es la verdadera realidad. Los objetos del mundo son sólo reflejos (Marx, como materialista, invertirá la jerarquía platónica: el mundo de las ideas es el reflejo del mundo de los objetos (relaciones de producción)

La consecuencia política, sobre la evidente organización política: los filósofos deben convertirse en reyes. Al situar el conocimiento en el centro de la comunidad política, Platón presenta una teoría política elitista.

Extractos del Libro 7 de la República

«Aquí hay hombres en una vivienda subterránea parecida a una cueva, que tiene su entrada a lo largo, abriendo toda la cueva a la luz del día; han estado allí desde la infancia, con las piernas y el cuello atrapados en ataduras que les obligan a permanecer en su sitio y a mirar sólo hacia delante, incapaces como están, a causa de la atadura, de girar la cabeza ; No pueden girar la cabeza a causa de la atadura; ven la luz de un fuego que arde por encima y a lo lejos, detrás de ellos; y entre el fuego y los hombres encadenados, un camino en la altura, a lo largo del cual se ha levantado un muro bajo, del mismo modo que los manifestantes de las marionetas tienen tabiques que los separan del pueblo; es sobre esto que muestran sus maravillas. […]

– Mira también, a lo largo de este muro bajo, a los hombres que llevan c objetos manufacturados de todo tipo que sobresalen de la pared, estatuas de hombres y otros seres vivos, hechos de piedra, madera y todos los materiales; entre estos portadores, como es normal, algunos hablan y otros están en silencio.

– Es una imagen extraña la que describes ahí», dijo, «y extraños los prisioneros. Como nosotros», dije. Para empezar, ¿crees que esos hombres podrían haber visto algo de sí mismos y de los demás que no sean las sombras que, bajo el efecto del fuego, se proyectan en la pared de la cueva que tienen delante? […]

– Considera entonces, digo, lo que sucedería si fueran liberados de sus ataduras y curados de su extravío, en el caso de que de manera natural las cosas sucedieran más o menos como sigue. Cuando uno de ellos se desata, y se ve obligado a levantarse inmediatamente, a girar la cabeza, a caminar y a mirar la luz, a cada uno de estos gestos sufriría, y el resplandor le haría incapaz de distinguir las cosas cuyas sombras estaba viendo en ese momento; ¿Qué crees que respondería si le dijeran que hace un momento no veía más que tonterías, mientras que ahora que está un poco más cerca de lo que hay de verdad, y se vuelve hacia lo que es más real, ve más correctamente? Sobre todo si, al mostrarle cada una de las cosas que pasan, se le preguntara qué son, y se le obligara a responder… ¿No crees que se perdería y que consideraría que lo que veía antes era más real que lo que se le muestra ahora?

– Y, además, si se le obligara a volver los ojos a la luz misma, ¿no le dolerían los ojos, y no huiría de ella, y se volvería a las cosas que es capaz de distinguir, considerándolas realmente más claras que las que se le muestran?

– Y si lo sacaran de allí a la fuerza, digo, por la empinada y rocosa ladera, y no lo soltaran hasta sacarlo a la luz del sol, ¿no sufriría y se resentiría al ser arrastrado de esta manera? Y cuando saliera a la luz, con los ojos inundados por la claridad del día, ¿podría ver siquiera una de las cosas que ahora le decían que eran ciertas?

Escrito por: Gonzalo Jiménez

Licenciado en Filosofía en la Universidad de Granada (UGR), con Máster en Filosofía Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Desde 2015, se ha desempeñado como docente universitario y como colaborador en diversas publicaciones Académicas, con artículos y ensayos. Es aficionado a la lectura de textos antiguos y le gustan las películas y los gatos.

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