El ser humano es, desde el comienzo de su existencia en este mundo, un ser curioso e inquisitivo. La filosofía ha intentado dar respuesta a estas preguntas desde los tiempos más remotos. La actitud filosófica, entonces, es la forma en que una persona se aproxima a las preguntas existenciales. Esta actitud se caracteriza por ser una postura reflexiva e interpretativa hacia la vida y el entorno que la rodea.
La actitud filosófica se refleja, ante todo, en una mente abierta, sin prejuicios y sitios predeterminados. Esta mente abierta se debe equiparar con una actitud que valora los puntos de vista de los demás. La actitud filosófica también se refleja en un individuo que está dispuesto a aceptar sus propias opiniones como limitadas, a escuchar otras opiniones con respeto, siempre procurando escuchar y aprender del otro. Al mismo tiempo, una actitud filosófica es aquella en la que se promueve el pensamiento crítico como una manera de comprender los conceptos desde la perspectiva de un individuo.
Un individuo con esta actitud se preocupa por el bienestar de los demás y siempre está dispuesto a ayudar a otros. El individuo comprende la importancia de la tolerancia, y siempre procura tratar a los demás con respeto. Además, este individuo se preocupa por el bienestar general y trabaja constantemente para desempeñar un papel activo en la mejora de su entorno.
En suma, la actitud filosófica es esencialmente una actitud de curiosidad consciente hacia el mundo que nos rodea, basada en el respeto mutuo, el pensamiento crítico y la empatía. Esta actitud puede aportar una gran cantidad de beneficios a la vida cotidiana, al aportar sentido a nuestras circunstancias diarias a través del examen reflexivo de nuestro entorno..