Los Ciegos y el Elefante

Había una vez seis ciegos que se paraban todos los días al borde del camino y pedían limosna a la gente que pasaba. Habían oído hablar a menudo de los elefantes, pero nunca habían visto uno, pues, siendo ciegos, ¿cómo podrían hacerlo?

Una mañana, un elefante fue conducido por el camino donde ellos se encontraban. Cuando les dijeron que la gran bestia estaba ante ellos, pidieron al conductor que le dejara parar para poder verlo.

Por supuesto, no podían verlo con sus ojos, pero pensaron que tocándolo podrían saber qué clase de animal era.

El primero puso la mano en el costado del elefante. «¡Vaya, vaya!», dijo, «ahora lo sé todo sobre esta bestia. Es exactamente como una pared».

El segundo sólo sintió el colmillo del elefante. «Hermano mío», dijo, «te equivocas. No es en absoluto como una pared. Es redondo, liso y afilado. Se parece más a una lanza que a otra cosa».

El tercero pasó a agarrar la trompa del elefante. «Los dos estáis equivocados», dijo. «Cualquiera que sepa algo puede ver que este elefante es como una serpiente».

El cuarto extendió los brazos y agarró una de las patas del elefante. «¡Oh, qué ciego estás!», dijo. «Para mí está muy claro que es redondo y alto como un árbol».

El quinto era un hombre muy alto, y por casualidad se agarró a la oreja del elefante. «El más ciego debería saber que esta bestia no se parece a ninguna de las cosas que nombras», dijo. «Es exactamente como un enorme abanico».

El sexto estaba muy ciego, y pasó algún tiempo antes de que pudiera encontrar al elefante. Por fin agarró la cola del animal. «¡Oh, tontos!», gritó. «Seguramente habéis perdido el sentido común. Este elefante no es como una pared, ni como una lanza, ni como una serpiente, ni como un árbol; tampoco es como un abanico. Pero cualquier hombre con un poco de sentido común puede ver que es exactamente como una cuerda».

Entonces el elefante siguió adelante, y los seis ciegos se sentaron al borde del camino todo el día, y discutieron sobre él. Cada uno creía saber exactamente cómo era el animal; y cada uno llamaba a los demás con nombres duros porque no estaban de acuerdo con él. Las personas que tienen ojos actúan a veces con la misma insensatez.

 

Escrito por: Gonzalo Jiménez

Licenciado en Filosofía en la Universidad de Granada (UGR), con Máster en Filosofía Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Desde 2015, se ha desempeñado como docente universitario y como colaborador en diversas publicaciones Académicas, con artículos y ensayos. Es aficionado a la lectura de textos antiguos y le gustan las películas y los gatos.

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