Características del saber filosófico

El saber Ordinario

El primer conocimiento que vamos a tratar es el saber ordinario o vulgar, también llamado sabiduría popular. Todo saber especializado tiene sus orígenes en este primer intento del ser humano por conocer la realidad.

El saber ordinario es aquel que se va formando por generalizaciones del sentido común, que va pasando de generación en generación y que constituye la tradición de una cultura concreta. Es producto de la observación del entorno y es de suma utilidad en la vida cotidiana.

Este saber nos sirve para aprender técnicas de construcción, manejo de útiles, normas de comportamiento, oficios, formas de cultivos, etc. Está formado por creencias, técnicas y hábitos muy variados. Se trata de un conocimiento construido con las aportaciones de experiencias colectivas que se aceptan como fiables.

Las explicaciones que nos ofrece el conocimiento ordinario suelen ser insuficientes, poco contrastadas y, a veces, fantásticas; se limita a indicar lo que ocurre, sin explicar por qué ocurre. No proporciona un sistema de conocimientos coherente, ordenado e interconectado. Además, sus afirmacionessuelen ser contradictorias, como se refleja en los refranes.

Sin embargo, este carácter acrítico tiene también sus ventajas, pues nos permite asumir y acumular experiencias y asimilar los elementos fundamentales de nuestra cultura y nuestra tradición, lo que resulta imprescindible en todo proceso de socialización. Su desventaja fundamental es la de mantener errores del pasado en nombre de la tradición.

El saber Científico

Frente a la naturaleza fundamentalmente práctica del saber ordinario, el saber científico posee una dimensión teórica que pretende explicar, predecir y controlar los fenómenos. Ahora bien, la ciencia no es solo teoría, ya que al transformar nuestro mundo mediante la aplicación del conocimiento teórico a la realidad, desarrolla también una dimensión práctica muy importante.

La ciencia intenta ofrecer una explicación sistemática de la realidad en un conjunto ordenado y coherente de saberes. Con ella pretende no solo describirla, sino comprenderla y predecirla. De esta manera, conociendo las causas de los fenómenos consigue controlarlos.

Las explicaciones científicas aspiran a un conocimiento de carácter universal, no circunscrito a un entorno particular, es decir, buscan leyes regulares y necesarias aplicables a cualquier medio.

 Frente al carácter acrítico del saber ordinario, el científico justifica y demuestra sus afirmaciones, que pueden ser comprendidas por cualquier sujeto racional. Este carácter crítico hace de la ciencia una actividad en continua revisión, que no acepta las explicaciones sino después de un riguroso proceso de comprobación. En este sentido la existencia de un método es inevitable ,método que entre muchas de sus virtudes posee la de impedir los prejuicios y buscar el máximo de neutralidad y consenso.

Frente al carácter tradicional del conocimiento anterior, el conocimiento científico se caracteriza por su cuestionamiento de lo comúnmente aceptado, desafiando, a menudo, las intuiciones del sentido común. ¿Qué mayor certeza común que la de que el Sol es el que se mueve a nuestro alrededor? Sin embargo, gracias a la ciencia sabemos que no es así.

Por otra parte, la mayoría de las teorías científicas son obra de personas especializadas y reconocidas en el ámbito científico y no producto de una tradición colectiva indiferenciada.

El saber filosófico

Al pasar del mito al logos, la filosofía se nos presenta como una búsqueda de la racionalidad. Por ello, la actitud racional nace de la mano del conocimiento filosófico y se convierte en una de sus características esenciales. 

El filósofo era el que tenía deseos de conocerlo todo de una forma racional, tanto los fenómenos de la naturaleza como los relacionados con el ser humano y la sociedad. La palabra filosofía significa etimológicamente ‘amor a la sabiduría’ (filo en griego significa ‘amor’ y sofía, ‘sabiduría’). Por tanto, la filosofía no nace como una posesión de la sabiduría, sino, por el contrario, como anhelo y búsqueda de todo el saber. Así, filósofos como Aristóteles se dedicaron al estudio de lo que hoy sería la física, la biología, la psicología, la teología, la política…

 

En este sentido, podemos afirmar que la filosofía, como ciencia primera, investigaba las razones y las causas últimas del universo y del ser humano, ocupándose de los principios y causas de todos los ámbitos de la realidad.

 

Con el paso del tiempo se han ido separando de este tronco común las distintas ciencias que hoy conocemos. La primera que se emancipó fue la física en el siglo XVII con Galileo Galilei, que propuso un método experimental y eliminó del estudio de la física lo que no fuese observable ni matematizable. De esta manera, con un cambio en la metodología, o sea, en el modo de abordar los problemas, creó una ciencia nueva, que ya no se adaptaba a las características especulativas de la filosofía.

A partir de entonces hemos asistido a la separación de otras muchas disciplinas: la biología, la psicología, la antropología, etc. Lo que fue, por tanto, objeto de estudio de la filosofía se ha ido convirtiendo en objeto de estudio de otras disciplinas hasta que la filosofía se ha quedado casi sin ninguno.

¿Quiere esto decir que la filosofía hoy no se ocupa de nada? No. Significa que la filosofía no tiene ningún objeto directo, de primer orden. De ahí se sigue una de las características fundamentales del conocimiento filosófico: la de ser un conocimiento de segundo grado, que presupone otros saberes previos como son los de las ciencias particulares, como la física o la psicología. Sirve, también, para establecer relaciones entre distintas disciplinas, entre estas y la vida cotidiana, entre la ciencia y la ética, etc. La filosofía es, por tanto, una actividad interdisciplinaria. No presenta problemas que sean exclusivos de su disciplina, pero sí una manera peculiar de afrontar estos problemas.

Otra de las características más repetidas de la filosofía es su radicalidad. La filosofía es un conocimiento radical, porque se dirige a la raíz última, a los problemas fundamentales que, además, no tienen soluciones definitivas: el sentido de la existencia, la existencia o no de una realidad, la libertad, etc. En este sentido, su valor no reside solo en las respuestas, sino, sobre todo, en las preguntas que formula y en la manera de plantearlas, como tendrás ocasión de comprobar a lo largo de este curso.

Este cuestionamiento continuo de la realidad nos ofrece una tercera nota distintiva, tal vez la más peculiar, de la filosofía: su sentido crítico. Consiste en no admitir nada sin examinarlo racionalmente y en estar dispuesto a cambiar cualquier conocimiento, creencia o tradición que no resista la crítica. Intenta descubrir errores de pensamiento, falacias y manipulaciones ideológicas. Y esto hace de ella una actividad incómoda y peligrosa. Incómoda porque está siempre dispuesta a polemizar y señalar nuestros puntos débiles. Peligro- sa porque sus planteamientos no suelen ser bien acogidos por los demás, que se sienten más seguros aferrados a sus creencias.

Este sentido crítico tiene un carácter global: la filosofía no se limita a cuestionar esta o aquella realidad concreta, sino que hace un cuestionamiento a fondo de toda la realidad, a diferencia de las ciencias, que están limitadas por su objeto de estudio.

Cuadro comparativo de los distintos tipos de saberes

Saber ordinarioSaber científicoSaber filosófico
Explicación tradicionalExplicación racional y experimentalExplicación racional y radical
Explicaciones insuficientesExplicaciones sistemáticasRelaciones entre disciplinas
Observación del entorno concretoUniversal, aplicable a cualquier entornoConocimiento de segundo grado
Sentido comúnMétodo científicoPreguntas radicales
Asimilación de la tradiciónCuestionamiento de la tradiciónCuestionamiento de la tradición de la ciencia
Práctico-útilTeórico y prácticoTeórico y pragmático
Experiencia colectivaGrupo de personas dedicadas a la cienciaPersonas dedicadas a la filosofía
Carácter acríticoCarácter críticoCarácter crítico

Escrito por: Gonzalo Jiménez

Licenciado en Filosofía en la Universidad de Granada (UGR), con Máster en Filosofía Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Desde 2015, se ha desempeñado como docente universitario y como colaborador en diversas publicaciones Académicas, con artículos y ensayos. Es aficionado a la lectura de textos antiguos y le gustan las películas y los gatos.

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